Calderón de la Barca no tiene “ocho apellidos” madrileños
Resumen y reseña del libro del sacerdote don Aurelio Gómez Olea
«Árbol genealógico: Genealogía hidalguía y consanguinidad«
Jesús María López Sotillo, archivero de la Congregación
Tiene plaza en nuestra residencia sacerdotal de la calle de San Bernardo 101 el sacerdote burgalés don Aurelio Gómez Olea. Fue ordenado en la diócesis de Burgos el 23 de marzo de 1969 y ha desempeñado diversos cargos en la Iglesia, entre ellos, desde 1988, el de Juez en la Vicaría judicial de nuestra Archidiócesis. Pero, ahora que no le piden que atienda causas judiciales, ha dedicado mucho tiempo a estudiar su genealogía. Fruto de tales investigaciones es el muy extenso artículo que aquí resumo y reseño. Era su deseo, y con él nos lo entregó, que lo publicáramos en nuestra página web, porque ofrece información genealógica referente no sólo a él y a su familia cercana sino también a uno de nuestros congregantes más afamados, don Pedro Calderón de la Barca. Convenimos en que era demasiado largo para hacerle un hueco en nuestra página. Pero, considerando que su contenido puede interesar a los congregantes, le ofrecí, como ya he señalado, realizar y publicar un resumen/reseña del mismo. Cumplo lo acordado.
La lectura del artículo nos lleva a una España que ya no existe. El propio autor se encontró con esa España cuando, como mero entretenimiento, comenzó a buscar datos con los que ir elaborando su árbol genealógico. Es la España en la que vivieron los miembros de la Congregación de San Pedro apóstol de presbíteros seculares naturales de Madrid, incluido don Pedro Calderón de la Barca, desde que Gerónimo de Quintana y otros veintiún sacerdotes madrileños la pusieran en marcha en junio de 1619 hasta las primeras décadas del siglo XIX, cuando esa España, jurídicamente hablando, dejó de ser una realidad. Es la España estamental. La España de la Nobleza, el Clero y el Pueblo llano. La España en que cada uno de esos estamentos se regía por leyes propias y distintas entre sí. La España en la que la Nobleza y el Clero gozaban de privilegios que no se reconocían al Pueblo llano. La España en la que muchos alardeaban de ser miembros de la nobleza o del clero o de ambos estamentos a la vez. La España en la que muchos se embarcaban en Pleitos de hidalguía tratando de obtener, concluido el proceso, la Carta ejecutoria en la que el rey reconocía su condición de nobles. Pero, también, la España en la que muchos otros buscaban el modo de ingresar en las filas del Clero, tuvieran o no propósito sincero de dedicar su vida a asuntos de tipo eclesial y dispusieran o no de los medios necesarios para hacerlo.
Muchos de nuestros congregantes, reunían en sí mismos la doble condición de nobles y clérigos. Clérigos, y en concreto sacerdotes seculares nacidos en Madrid, era obligatorio que lo fueran. Nobles los había que lo eran por herencia familiar antigua o después de haber pleiteado para ser reconocidos como tales. Nos sirve de ejemplo el propio Calderón de la Barca, con quien don Aurelio ha descubierto que tiene ciertos vínculos genealógicos. En 1636 obtuvo el reconocimiento de su hidalguía, paso previo exigido para que se le permitiera ingresar como Caballero en la Orden militar de Santiago. Y bastante tiempo después, en 1651, hace ahora, y lo celebraremos, 370 años, fue ordenado sacerdote, tras probar que reunía los requisitos canónicos necesarios para acceder a dicho estado.
Empeñado en elaborar su propio árbol genealógico, nuestro autor dice haber dedicado, y no hay duda de que es verdad, mucho tiempo a la búsqueda de antepasados, cuanto más y más antiguos mejor. Esto le ha exigido llevar a cabio viajes, investigación en múltiples archivos, lecturas variadas, así como análisis y organización de los datos que iba recabando. Pero no todo ha sido esfuerzo. También confiesa que ese proceso de búsqueda le ha proporcionado mucho más de lo que esperaba obtener. Y en su artículo explica con detalle en qué ha consistido ese “mucho más”.
Nacido en Villegas, un pequeño pueblo de Burgos, que en la actualidad ronda los 100 habitantes y que nunca tuvo una población mucho mayor, don Aurelio creía que su árbol genealógico estaría repleto de hombres y mujeres del pueblo llano, nacidos la mayoría en su mismo pueblo y los demás en los pueblos de los alrededores. Porque eso es lo que cabía esperar que mostrase, si en algún lugar se encontraban datos, el árbol genealógico de quienes no eran nobles. Pero su sorpresa fue mayúscula cuando, retrocediendo en el tiempo, fue encontrando que entre las ramas del suyo, cada vez más frondoso, empezaban a aparecer personas con apellidos de alto abolengo, con apellidos de viejos linajes. Algunas de pueblos importantes cercanos al suyo. Pero otras de pueblos o ciudades alejadas del mismo. Las encontró en Villadiego o Villanoño, muy cerca de Villegas. Pero, también, en Aguilar de Campoo, en Bobadilla del Camino, en Moarves de Ojeda y en muchas otras localidades, grandes o pequeñas, más o menos importantes, tanto de la provincia de Burgos, como de la de Palencia o Cantabria. ¿A qué podía deberse? No cabía, a su juicio, más que una respuesta: pese a lo que se había figurado, todo parecía indicar que su pasado genealógico guardaba más relación con la Nobleza que con el Pueblo llano.
De todos esos apellidos, especial interés despertaron en nuestro investigador el apellido Marquina, vinculado al antiguo señor del pequeño castillo de Villanoño, así como el de Flórez de Setién, vinculado al famoso historiador agustino del siglo XVIII, natural de Villadiego, Enrique Fernando Flórez de Setién, autor de buena parte de los volúmenes de la magna obra Hispania Sacra. Y, por encima de todos, atrajo su atención el apellido Calderón de la Barca, que era el segundo del muy ilustre e ilustrado agustino y el primero del famoso dramaturgo del siglo XVI, don Pedro Calderón de la Barca, sacerdote, como queda dicho, de Madrid, que fue miembro de nuestra Congregación desde 1663 hasta su muerte en 1681.
Deslumbrado por este descubrimiento, que le emparentaba con destacados personajes si no de la alta nobleza, la de los reyes, los duques, los marqueses o los condes, sí con los de su estrato más bajo, el de los hidalgos, ahondó en el estudio de sus respectivas genealogías, la del padre Enrique Flórez de Setién y, muy especialmente, la de don Pedro Calderón de la Barca, así como en el establecimiento de las líneas que ligan de algún modo más o menos cercano ambas genealogías con la suya. Y, tras mucho indagar, sostiene que el vínculo de unión de las tres lo constituye Jerónima de Marquina Flórez de Setién, pariente suya de la 11ª generación, casada con Santiago de Posadas de la Peña, nacidos ambos a finales del siglo XVII en Villanoño. Sus padres son Juan Marquina Hurtado de Tobar, natural de Villanoño (Burgos) y María Flórez de Setién Calderón de la Barca, natural de Moarves de Ojeda (Palencia). Reúne, como se ve, tras su nombre los tres nobles apellidos a que antes nos referíamos, Marquina, Flórez de Setién y Calderón de la Barca, que también aparecen tras el de don Aurelio, pero en su caso en una posición mucho más alejada.
Con minuciosidad va dando cuenta de todo ello en su artículo. Y, al tiempo que lo hace, nos transporta, como queda dicho, a la España estamental, haciéndonos caer en la cuenta de la gran importancia que en su articulación jugaban dos conceptos jurídicos, el de «hidalguía» y el de «consanguinidad».
Los hidalgos, hombres y mujeres, pues en esto no había entonces exclusiones por cuestión de sexo, se casaban con hidalgos, no con miembros del pueblo llano. Y como no eran muchos, en torno al 4,61% de los diez millones de habitantes que, según el Censo de Floridablanca, tenía España a finales del siglo XVIII, corrían el riesgo de tratar de casarse entre parientes cercanos, cosa que la legislación canónica no permitía. Motivo por el cual, antes de que fuera autorizado el matrimonio, había que estudiar el grado de consanguinidad de los contrayentes, para ver si les era lícito contraer matrimonio, si antes debían pedir dispensa a la autoridad eclesial, incluido en algunos caso el propio Papa, como refleja la canción popular Los pelegrinitos, que recogió Federico García Lorca entre sus poemas, o si les estaba completamente prohibido llevar a cabo tal unión.
Especial interés ha tenido para mí, como congregante y archivero de nuestra antigua y querida Congregación, todo lo que cuenta en torno al linaje de los «Calderón de la Barca». De dicho linaje es figura notable, ya lo hemos mencionado en varias ocasiones, don Pedro, el gran autor de tantos autos sacramentales y de tantas obras de teatro de distintos géneros Fue Caballero de la Orden de Santiago y figura inscrito en nuestro Libro primero de registro de congregantes con el número 291.
Don Pedro ciertamente era de Madrid, nacido el 17 de enero de 1600, en la casa que sus padres tenían en la Calle de las Fuentes, que todavía hoy va de la Calle del Arenal a la Plaza de Herradores. Pero al escribir su nombre completo no es que no pudiera escribir ocho apellidos madrileños seguidos, es que prácticamente no podía escribir más que uno, el que heredó de su madre, madrileña como él, doña Ana María de Henao y Riaño. Por la línea paterna, como bien explica don Aurelio, la mayoría, incluido el «Calderón de la Barca», constituye un conjunto de apellidos procedentes de otras partes de España, de Bobadilla del Camino en Palencia, y antes de Aguilar de Campoo, en la misma provincia, y antes de Sotillo, pueblo de la actual Cantabria, cercano a Mataporquera, donde dio comienzo la llamada “Casa de Sotillo”, de la que procede el escritor, y antes de Viveda, donde estaba la casa solariega del linaje “Calderón de la Barca”, muy cerca de Santillana del Mar, también en Cantabria.
Ha sido todo un descubrimiento el de la apasionante genealogía de uno de nuestros congregantes más conocidos. Don Aurelio, hablando de la suya, me ha puesto en contacto con ella. El estudio de sus más antiguos representantes da para hablar largo y tendido, empezando por el primero de todos, don Hernán Sánchez Calderón, apodado el Calabazo, cántabro, con casa solariega en la ya citada población de Viveda. Padre de dos hijos naturales y de tres legítimos. Pero dejamos para otra ocasión hablar de ese asunto.
Doy sinceramente las gracias a don Aurelio por su artículo y porque por medio de él me ha abierto ese otro campo de estudio. Si les interesa, y es interesante leerlo, aunque haya que hacerlo con pausa y con papel en la mano para no perderse entre las distintas líneas genealógicas, pueden encontrarlo completo y descargárselo en el siguiente enlace: http://www.villegas.info/wp-content/uploads/arbol_genealogico_A_Gomez.pdf